¿Quiénes somos?

Fundador

Domingo Solá Callarissa

Domingo Solá Callarissa nace en Ulldecona(Tarragona) el 29 de octubre de 1912. Sus padres, María de la Cinta y Domingo, eran gente de campo sencilla y piadosa.

En Ulldecona conoció las primeras letras con el maestro rural y la religión con el sacerdote. En su iglesia parroquial recibió la Primera Comunión a los siete años y fue confirmado posteriormente.

El pequeño Domingo aprendía deprisa y no levantaba dos palmos del suelo cuando se puso en manos de Dios: ”Creo que a mis cuatro años de edad yo decía ya que tenía que ser sacerdote“.

Llegado el momento, los padres del joven Domingo renunciaron a su querido hijo porque había elegido entrar en el seminario. “La vocación sacerdotal, como yo la viví al menos, comportó para mí un rompimiento total con el mundo, incluida mi familia. Para seguir a Jesús yo tenía que romper con todo y con todos“.

Tras dos años de preparación, cumplidos los catorce, comienza sus estudios en el Seminario de Tortosa, donde cursa con éxito Humanidades, Filosofía y Teología.

En 1935 ingresa en la comunidad sacerdotal de los Operarios Diocesanos, de Mosén Manuel Domingo y Sol, fundada en Tortosa en 1883. Y lo hace porque “me sentí asaltado por otra forma más radical de vocación y así tomé la decisión de incorporarme al grupo sacerdotal de Mosén Sol, viviendo en comunidad“.

A los aspirantes Operarios les sorprende el estallido de la Guerra Civil veraneando en Burgos.  No pueden volver a Tortosa -en zona republicana-, salvándose así el joven Domingo cuando van a su hogar paterno a detenerlo. Nada pudo impedir que se cumpliera su mayor deseo. El 29 de septiembre de 1937 es ordenado sacerdote en Burgos. Celebra la primera Eucaristía en la capilla del Colegio “Niño Jesús”.

 Entre 1938 y 1947 es nombrado Director Espiritual del Seminario de Tortosa (1938), Superior del Aspirantado de Burgos (1939-1940), Superior del Aspirantado de Salamanca (1941- 1945) y Rector del Seminario Mayor de Burgos (1946- 1947).

Durante estos últimos años surgen en su interior ideas de cambio. Tras la guerra, España era un mosaico de pueblos empobrecidos y se propone cambiar los pueblos. ¿Cómo? Ayudado por sacerdotes y maestros preparados y concienciados para ese cambio.

“Sentí, comprendí que algo cambiaba en la Iglesia y en la historia, y Dios quiso que pensara que había que organizar unos movimientos menos fríos, más humanos, más sociales, más comprometidos con el Reino de Dios”.

El P. Domingo recibe la incomprensión de sus superiores por respuesta. Pero nada le desanima. Se traslada a Roma para licenciarse en Teología en la Universidad Gregoriana (1948 – 1950). Allí insiste en dar a conocer su proyecto:

“Un movimiento de seglares consagrados a Dios, sin las formalidades de una consagración clerical o monástica, con la simple consagración del bautismo y una misión concreta“

“Atender espiritual, cultural, social y promocional a los pueblos más desfavorecidos de España. Trabajando en pequeños grupos, formando equipos.”

Realiza entrevistas a todas horas -hasta con el Papa Pío XII- para lograr esos apoyos que tanta falta le hacen. Y todo florece de un día para otro. La primera piedra de esta gran “casa común” que es hoy Ekumene se pone en la provincia de Albacete, en Alcalá del Júcar, en marzo de 1951.

A partir de entonces las vidas del P. Domingo y de Ekumene se funden: experiencia parroquial, escuelas, residencias universitarias, salto a misiones (África y México), empresas sociales, publicaciones. No paraba y tampoco dejaba parar a nadie en la animación de grupos, días de Dios, cursillos, jornadas de vida cristiana… y en la gran tarea de organizar y consolidar Ekumene.

El 12 de febrero de 1997, en plena actividad, fallece repentinamente mientras hablaba por teléfono con los misioneros de Ekumene en la República Democrática del Congo.

En su testamento nos escribe:

“No os estanquéis, no repitáis lo que hemos hecho, sed adelantados a vuestro tiempo como yo he pretendido serlo en el mío. Hacer el Reino de Dios es algo que tiene que cambiar cada día, con arreglo al momento histórico en que vivimos. Esa es vuestra tarea”.

“Tengo la convicción de haber escrito la historia de un santo, es decir, de un hombre que ha vivido de tal manera la radicalidad del Evangelio que puede ser presentado como ejemplo a los demás”
(“Un hombre de Dios y para Dios”. A. Romero)