VIVAMOS DESPIERTOS, CON LOS OJOS Y EL CORAZON MUY ABIERTOS PARA ESCUCHAR, ACERCARNOS Y CONTAGIAR ESPERANZA

Lc 21,25-28-34-36

“Se acerca vuestra liberación”

El hombre de hoy, como el de ayer y de siempre, es un ser que espera. No podemos vivir sin esperanza, pues ella constituye una parte fundamental de nuestra estructura personal y psicológica. La espera es el clima del vivir humano. Quien no espera nada está acabado como persona y como cristiano.

Junto a la esperanza, el adviento nos llama también a la vigilancia, a estar despiertos. Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era ese su objetivo. El les hablaba de un acontecimiento que está ya sucediendo:  Dios se está introduciendo en el mundo para que las cosas cambien y la vida sea más digna y feliz para todos. Jesús llamaba a esto el Reino de Dios y para descubrirlo era necesario vivir despiertos, abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie.

Vivir despiertos significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo, no dejar que nuestro corazón se endurezca, no quedarnos solo en quejas, criticas y condenas. Vivir despiertos significa no dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos. Vivir despiertos significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día, no desentendernos de quien nos necesita, seguir haciendo esos gestos que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.

Como Iglesia necesitamos dar una respuesta aquí y ahora a los signos del mundo. Para escuchar esos signos tenemos que salir, ser una Iglesia en salida que se acerca samaritanamente a cada hombre y a cada mujer que sufre en su carne y en su espíritu el dolor de este mundo. El hombre y la mujer del adviento tienen que estar llenos de ternura y compresión, tener los oídos muy abiertos para escuchar a quien lo necesita y salir de sí mismos para acercarse a él con las manos abiertas, generosas, serviciales, para sembrar semillas de esperanza.

Vivir el adviento es alegrarse de ver que otro crece, compartir el sufrimiento del hermano que está solo, enfermo, despreciado o en situación de necesidad.

El hombre o la mujer que escucha en el adviento la llamada a “levantarse, a alzar la cabeza porque se acerca la liberación”, no se instala en la vida  con los brazos cruzados, sino que, oteando el futuro, vive el presente intensamente y trata de transformar la realidad para mejor.