Domingo 21 de abril- (Juan 10,11-18)
El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en
algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser
respetados. No necesitamos de ningún pastor.
No sentían así los primeros
cristianos. La figura de Jesús, buen pastor, se convirtió muy
pronto en la imagen más querida de Jesús. Nadie está pensando en Jesús como un
pastor autoritario, dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como
un pastor bueno que cuida de sus ovejas.
El «pastor bueno» se preocupa de sus ovejas. Es su
primer rasgo. No las
abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de
ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor
mercenario, que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida, abandonando
al rebaño: no le importan las ovejas.
Jesús había dejado un
recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen
preocupado por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y
olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le
ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos.
Pero hay algo más. «El pastor bueno da la vida por sus
ovejas». El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor, que no huye ante el peligro, sino
que da su vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús, «pastor bueno», se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus
seguidores.
Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. No creemos que
él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él cuando nos sentimos
cansados y sin fuerzas, o perdidos y desorientados.
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan
con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano
cuya voz no se escucha bien en las comunidades… corre el riesgo de olvidar a
su Pastor. Pero ¿quién cuidará
a la Iglesia si no es su Pastor?