
Domingo 24 de septiembre (Mateo 20,1-16)
Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se
vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían
tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día.
¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia
todos?
Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló
de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo fue a la
plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había
sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia
necesitaba para vivir.
El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el
señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor
al que hace de portavoz es admirable: «¿Vas a tener tú envidia porque yo soy
bueno?».
La parábola es tan revolucionaria que seguramente
después de veinte siglos no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con
aquellos que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en
el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?
Todos nuestros esquemas se
tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los
«piadosos», cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen
derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la
Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.
Nosotros nos encerramos a veces en nuestros cálculos,
sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos: hay
personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno
su merecido, y solo su merecido. Menos mal que Dios no es como
nosotros. Desde su corazón de Padre, él sabe regalar también su amor salvador a
esas personas a las que nosotros no sabemos amar.