Domingo 15 de octubre – (Mateo 22, 1-14)
Lo dicen todos los estudios. La religión está en crisis en las sociedades
desarrolladas de Occidente. Son cada vez menos los que se
interesan por las creencias religiosas. Los jóvenes abandonan las prácticas
religiosas. La sociedad se desliza hacia una indiferencia creciente.
Hay, sin embargo, algo que nunca hemos de olvidar los
creyentes. Dios no está en crisis. Esa Realidad suprema hacia la que apuntan
las religiones con nombres diferentes sigue viva y operante. Dios está también
hoy en contacto inmediato con cada ser humano. La crisis de lo religioso no puede impedir que
Dios se siga ofreciendo a cada persona en el fondo misterioso de su conciencia.
Desde esta perspectiva, es un error «demonizar» en exceso la actual
crisis religiosa, como si fuera una situación imposible
para la acción salvadora de Dios. No es así. Cada contexto sociocultural tiene
sus condiciones más o menos favorables para el desarrollo de una determinada
religión, pero el ser humano mantiene intactas sus posibilidades de abrirse al
Misterio último de la vida, que le interpela desde lo íntimo de su conciencia.
La parábola de «los
invitados a la boda» lo recuerda de manera expresiva. Dios no excluye a nadie. Su único anhelo es que la historia humana termine en una fiesta gozosa.
Su único deseo, que la sala espaciosa del banquete se llene de invitados. Todo
está ya preparado. Nadie puede impedir a Dios que haga llegar a todos su
invitación.
Es cierto que la llamada religiosa encuentra rechazo
en no pocos, pero la invitación de Dios no se detiene. La pueden escuchar
todos. Toda persona que escucha la llamada del bien, del amor y de la justicia
está acogiendo a Dios.
Pienso en tantas personas
que lo ignoran casi todo de Dios. Solo conocen una caricatura de lo religioso.
Nunca podrán sospechar «la alegría de creer». Estoy
seguro de que Dios está vivo y operante en lo más íntimo de su ser. Estoy
convencido de que muchos de ellos acogen su invitación por caminos que a mí se
me escapan. (Pagola)