Domingo 14 de julio- (Marcos 6,7-13)
¿Cómo podría la Iglesia recuperar su prestigio social
y ejercer de nuevo aquella influencia que tuvo en nuestra sociedad hace
solamente algunos años? Sin confesarlo quizá en voz alta, son bastantes los que añoran aquellos tiempos en
que la Iglesia podía anunciar su mensaje desde plataformas privilegiadas que
contaban con el apoyo del poder político.
¿No hemos de luchar por recuperar otra vez ese poder
perdido que nos permita hacer una «propaganda» religiosa y moral eficaz, capaz
de superar otras ideologías y corrientes de opinión que se van imponiendo entre
nosotros?
Sin duda, en el fondo de esta inquietud hay una
voluntad sincera de llevar el evangelio a los hombres y mujeres de nuestro
tiempo, pero ¿es ese el camino a seguir? Las palabras de Jesús, al enviar a sus discípulos
sin pan ni alforja, sin dinero ni túnica de repuesto, insisten más bien en
«caminar» pobremente, con libertad, ligereza y disponibilidad total.
Lo importante no es un equipamiento que nos dé
seguridad, sino la fuerza misma del evangelio vivido con sinceridad, pues el evangelio penetra en la sociedad no tanto a
través de medios eficaces de propaganda, sino por medio de testigos que viven
fielmente el seguimiento a Jesucristo.
Son necesarias en la Iglesia la organización y las
estructuras, pero solo para sostener la vida evangélica de los creyentes. Una Iglesia cargada de excesivo equipaje corre el
riesgo de hacerse sedentaria y conservadora. A la
larga se preocupará más de abastecerse a sí misma que de caminar libremente al
servicio del reino de Dios.
Una Iglesia más
desguarnecida, más desprovista de privilegios y más empobrecida de poder
sociopolítico será una Iglesia más libre y
capaz de ofrecer el evangelio en su verdad más auténtica.