(Mt 11, 2-11)
Millones de individuos viven hoy en Occidente unas vidas cómodas, pero monótonas, donde la falta de sentido y de proyecto puede ahogar todo crecimiento verdaderamente humano.
Algunas personas terminan por perder el contacto con todo lo que es vivo. Su vida se llena de cosas. Solo parecen vibrar adquiriendo nuevos artículos. Funcionan según el programa que les dicta la sociedad.
Otras buscan toda clase de estímulos, necesitan trabajar, producir, agitarse o divertirse. Han de experimentar siempre nuevas emociones, algo excitante que les permita sentirse todavía vivas.
Si algo caracteriza la personalidad de Jesús es su amor apasionado a la vida.
Los relatos evangélicos le presentan luchando contra todo lo que bloquea la vida, la mutila o empequeñece. Siempre atento a lo que puede hacer crecer a las personas, siempre sembrando vida, salud, sentido.
Él mismo nos traza su tarea con expresiones tomadas de Isaías: «Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia».
Dichosos en verdad los que descubren que ser creyente no es odiar la vida, sino amarla, no es bloquear o mutilar nuestro ser, sino abrirlo a sus mejores posibilidades. (Pagola)