¿QUIEN SOY YO PARA JUZGAR A MI HERMANO?

Juan 8, 1-11

     ¡Qué cómodo es juzgar a las personas desde nuestros criterios! ¡Con qué facilidad tiramos piedras a los demás!… A veces somos como aquellos adversarios hipócritas, que necesitan que alguien los confronte consigo mismos.

Frente a tantas condenas fáciles, Jesús nos invita a no condenar fríamente a los demás desde la pura objetividad de una ley, sino a comprenderles desde nuestra propia conducta personal.

Antes de arrojar piedras contra nadie, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado. Quizá descubramos entonces que lo que muchas personas necesitan no es la condena de la ley, sino un corazón misericordioso, unos ojos limpios y una mano amiga que les ayude y les ofrezca una posibilidad de rehabilitación.

Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que le ayudara a levantarse. Jesús lo entendió.