Domingo 15 de Septiembre- (Marcos 8, 27-35)
«¿Quién decís que soy yo?». No sé exactamente cómo
contestarán a esta pregunta de Jesús los cristianos de hoy, pero tal vez
podemos intuir un poco lo que puede ser para nosotros en estos momentos si
logramos encontrarnos
con El con más hondura y verdad.
Jesús nos puede ayudar,
antes que nada, a conocernos mejor. Su
evangelio hace pensar y nos obliga a plantearnos las preguntas más importantes
y decisivas de la vida. Su manera de sentir y de vivir la existencia, su modo
de reaccionar ante el sufrimiento humano, su confianza indestructible en un
Dios amigo de la vida es lo mejor que ha dado la historia humana.
Jesús nos puede enseñar
sobre todo un estilo nuevo de vida. Quien
se acerca a El no se siente tanto atraído por una nueva doctrina, como invitado
a vivir de una manera diferente, más arraigado en la verdad y con un horizonte
más digno y más esperanzado.
Jesús nos puede liberar
también de formas poco sanas de vivir la religión:
fanatismos ciegos, desviaciones legalistas, miedos egoístas. Puede, sobre todo,
introducir en nuestras vidas algo tan importante como la alegría de vivir, la
mirada compasiva hacia las personas, la creatividad de quien vive amando.
Jesús nos puede redimir de imágenes enfermas de Dios que
vamos arrastrando sin medir los efectos dañinos que
tienen en nosotros. Nos puede enseñar a vivir a Dios como una presencia cercana
y amistosa, fuente inagotable de vida y ternura. Dejarnos conducir por él nos
llevará a encontrarnos con un Dios diferente, más grande y humano que todas
nuestras teorías.
Eso sí. Para encontrarnos con Jesús en un nivel un
poco auténtico hemos de
atrevernos a salir de la inercia y del inmovilismo, recuperar la libertad interior y estar dispuestos a «nacer de nuevo»,
dejando atrás la observancia rutinaria y aburrida de una religión convencional.
Jesús puede ser el sanador y
liberador de no pocas personas que viven atrapadas por la
indiferencia, distraídas por la vida moderna, paralizadas por una religión
vacía o seducidas por el bienestar material, pero sin camino, sin verdad y sin
vida.