Domingo 19 de Noviembre (Mt 25, 14-30)
La parábola de los talentos es seguramente una de las más conocidas. Antes de salir de viaje, un
señor confía sus bienes a tres empleados. Los dos primeros se ponen de inmediato
a trabajar. Cuando el señor regresa, le presentan los resultados: ambos han
duplicado los talentos recibidos. Su esfuerzo es premiado con generosidad, pues
han sabido responder a las expectativas de su señor.
La actuación del tercer empleado es
extraña. Lo único que se le ocurre es «esconder bajo tierra» el talento
recibido y conservarlo seguro hasta el final. Cuando llega el señor, se lo
entrega pensando que ha respondido fielmente a sus deseos: «Aquí tienes lo
tuyo». El señor le condena. Este empleado «negligente y holgazán» no ha entendido nada.
Solo ha pensado en su seguridad.
El mensaje de Jesús es
claro. No al conservadurismo, sí a la creatividad. No a
una vida estéril, sí a la respuesta activa a Dios. No a la obsesión por la
seguridad, sí al esfuerzo arriesgado por transformar el mundo. No a la fe
enterrada bajo el conformismo, sí al seguimiento comprometido a Jesús.
Es muy tentador vivir siempre evitando problemas y buscando tranquilidad: no comprometernos en nada que nos pueda
complicar la vida, defender nuestro pequeño bienestar. No hay mejor forma de
vivir una vida estéril, pequeña y sin horizonte.
Lo mismo sucede en la vida cristiana.
Nuestro mayor riesgo no es salirnos de los esquemas de siempre y caer en
innovaciones exageradas, sino congelar
nuestra fe y apagar la frescura del evangelio. Hemos de
preguntarnos qué estamos sembrando en la sociedad, a quiénes contagiamos
esperanza, dónde aliviamos sufrimiento.
Sería un error presentarnos ante Dios con la actitud
del tercer siervo: «Aquí tienes lo tuyo. Aquí está tu evangelio, el proyecto de
tu reino, tu mensaje de amor a los que sufren. Lo hemos conservado
fielmente. No ha servido
para transformar nuestra vida ni para introducir tu reino en el mundo.
No hemos querido correr riesgos. Pero aquí lo tienes intacto».