Domingo 26 de mayo – (Mateo
28,16-20)
A lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han
elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin
embargo, bastantes cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que
ver con su vida esas admirables doctrinas.
Al parecer, hoy necesitamos oír hablar de Dios con
palabras humildes y sencillas, que toquen nuestro pobre corazón, confuso y
desalentado, y reconforten nuestra fe vacilante. Necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial de
nuestro Credo para aprender a vivirlo con alegría nueva.
«Creo en Dios Padre, creador
del cielo y de la tierra». No estamos solos ante nuestros problemas y
conflictos. No vivimos olvidados. Dios es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él es el origen y la meta
de nuestra vida. Nos ha creado a todos solo por amor, y nos espera a todos con
corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por este mundo.
Su nombre es hoy olvidado y negado por muchos. Las nuevas generaciones se van alejando de él, y
los creyentes no sabemos contagiarles nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a
todos con amor. Aunque vivamos llenos de dudas, no
hemos de perder la fe en este Dios, Creador y Padre, pues habríamos perdido
nuestra última esperanza.
«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Es
el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre. Para nosotros, Jesús nunca será un hombre
más. Mirándolo a él vemos al Padre: en sus gestos
captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios humano, cercano,
amigo.
Este Jesús, el Hijo amado de
Dios, nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Es lo que más quiere el Padre. Nos ha indicado, además, el camino a
seguir: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Si olvidamos a Jesús,
¿quién ocupará su vacío?, ¿quién nos podrá ofrecer su luz y su esperanza?
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida».
Este misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno
de nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como
Amor que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de nosotros.
Es una gracia grande caminar por la vida bautizados en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. No lo hemos de olvidar.