Domingo 16 de junio- (Mc 4, 26-34)
Casi todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la actividad, la programación y
el rendimiento. A la hora de valorar a la persona,
siempre se termina por medirla por su capacidad de producción.
Se puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la
convicción práctica de que, para darle a la vida su verdadero sentido y su
contenido más pleno, lo único importante es sacarle el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la actividad.
Por eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa
pequeña parábola, recogida por el evangelista Marcos, en la que Jesús compara el «reino de
Dios» con una semilla que crece
por sí sola, sin que el labrador le proporcione la fuerza para
germinar y crecer. Sin duda es importante el trabajo de siembra que realiza el
labrador, pero en la semilla hay algo que no ha puesto él: una fuerza vital que
no se debe a su esfuerzo.
Experimentar la vida como
regalo es probablemente una de las cosas que nos puede
hacer vivir a los hombres y mujeres de hoy de manera nueva, más atentos no solo
a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que vamos
recibiendo de manera gratuita.
Aunque tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor
«desgracia» es vivir solo de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir
por Dios, y sin disfrutar
de lo que se nos va regalando constantemente. Pasar por la vida
sin dejarnos sorprender por la «novedad» de cada día.
Todos necesitamos hoy aprender a vivir de manera más
abierta y acogedora, en actitud más contemplativa y agradecida. Alguien ha
dicho que hay problemas que
no se «resuelven» a base de esfuerzo, sino que se «disuelven» cuando
sabemos acoger la gracia de Dios en nosotros. «Todo es gracia», porque todo,
absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que
es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.