LA LUZ DE LAS BUENAS OBRAS

Mateo 5,13-16

Los seres humanos tendemos a aparecer ante los demás como más inteligentes, más buenos, más nobles de lo que realmente somos. Nos pasamos la vida tratando de aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección que no poseemos.

Jesús habla del peligro de que «la sal se vuelva sosa». San Juan de la Cruz lo dice de otra manera: «Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que, aunque más parezca que hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios».

Para ser «sal de la tierra», lo importante no es el activismo, la agitación, el protagonismo superficial, sino «las buenas obras» que nacen del amor y de la acción del Espíritu en nosotros.

Con qué atención deberíamos escuchar hoy en la Iglesia estas palabras del mismo Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios… si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».

De lo contrario, según el místico doctor, «todo es martillear y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aún a veces daño». En medio de tanta actividad y agitación, ¿dónde están nuestras «buenas obras»? Jesús decía a sus discípulos: «Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria al Padre».