(Lucas 18,1-8)
La parábola de Jesús refleja una situación bastante habitual en la Galilea de su tiempo. Un juez corrupto desprecia arrogante a una pobre viuda que pide justicia. El caso de la mujer parece desesperado, pues no tiene a ningún varón que la defienda. Ella, sin embargo, lejos de resignarse, sigue gritando sus derechos. Solo al final, molesto por tanta insistencia, el juez termina por escucharla.
Lucas presenta el relato como una exhortación a orar sin desanimarnos, pero la parábola encierra un mensaje previo: La justicia de Dios consiste precisamente en escuchar a los pobres más vulnerables.
Dios conoce muy bien las injusticias que se cometen con los débiles y su misericordia hace que se incline a favor de ellos. ¿Cómo no va a estar Dios de parte de los que no pueden defenderse?
Nos creemos progresistas defendiendo teóricamente que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», pero todos sabemos que es falso. Para disfrutar de derechos reales y efectivos es más importante nacer en un país poderoso y rico que ser persona en un país pobre.
Es bueno que Jesús nos recuerde que son los seres más desvalidos quienes ocupan el corazón de Dios.