
(Mt 28, 16-20) Domingo 21 de mayo
Una lectura ingenua y equivocada de la Ascensión podía
crear en aquellas primeras comunidades la sensación de orfandad y abandono ante
la partida definitiva de Jesús. Por eso Mateo termina su evangelio con una
frase inolvidable de Jesús resucitado: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo».
Esta es la fe que ha animado siempre a las comunidades
cristianas. No estamos solos, perdidos en medio de la historia, abandonados a
nuestras propias fuerzas y a nuestro pecado. Cristo está con nosotros. En
momentos como los que estamos viviendo hoy los creyentes, es fácil caer en lamentaciones, desalientos y
derrotismo. Se diría que hemos olvidado algo que necesitamos
urgentemente recordar: El está con nosotros.
Jesús no es un personaje del
pasado, un difunto a quien se venera y se da culto, sino alguien vivo, que anima, vivifica y llena con su espíritu a la comunidad creyente.
Cuando dos o tres creyentes se reúnen en su nombre,
allí esta El en medio de ellos. Los encuentros de los creyentes no son
asambleas de hombres huérfanos que tratan de alentarse unos a otros. En medio
de ellos está el Resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora.
Todavía hay algo más. Cuando nos encontramos con un hombre
necesitado, despreciado o abandonado, nos estamos encontrando con aquel que
quiso solidarizarse con ellos de manera radical. Por
eso nuestra adhesión actual a Cristo en ningún lugar se verifica mejor que en
la ayuda y solidaridad con el necesitado. «Cuanto hicisteis a uno de estos
pequeños, a mí me lo hicisteis».
El Señor resucitado está en la eucaristía alimentando
nuestra fe, está en la comunidad cristiana infundiendo su Espíritu e impulsando
la misión, está en los pobres moviendo nuestros corazones a la compasión. Está todos los días, hasta el fin del mundo.