Domingo 17 de Septiembre (Mateo
18,21-35)
A Mateo se le ve preocupado por corregir los
conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los
seguidores de Jesús.
Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de
actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas,
buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con
«testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede
hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar
en concreto la persona ofendida? ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea
seguir sus pasos y colaborar con él abriendo
caminos al reino de Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús
recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender,
pero reflejaban lo que había en
el corazón de Jesús.
Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo
hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas
veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente
generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la
misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También
él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo
siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de
manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido
rebajar de muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es
perjudicial»; «da alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primero
arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo
que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres
y mujeres que estén dispuestos a
perdonar como él, introduciendo entre nosotros su
gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar
en la Iglesia el rostro de Cristo.