Domingo 6 de octubre- (Marcos 10, 2-16)
Lo que más hacía sufrir a
las mujeres en la Galilea de los años treinta del siglo I era su sometimiento
total al varón dentro de la familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar
en cualquier momento abandonándolas a su suerte. Este derecho se basaba, según
la tradición judía, nada menos que en la ley de Dios.
Los maestros
discutían sobre los motivos que podían justificar la decisión del esposo. Según unos, solo se podía repudiar a la mujer en
caso de adulterio; según otros, bastaba que la mujer hiciera cualquier cosa
«desagradable» a los ojos de su marido. Mientras los doctos varones discutían,
las mujeres no podían elevar su voz para defender sus derechos.
En algún momento, el planteamiento llegó
hasta Jesús: «¿Puede el hombre repudiar a su esposa?». Su respuesta desconcertó
a todos. Las mujeres no se lo podían creer. Según Jesús, si el repudio está en
la ley, es por la «dureza de corazón» de los varones y su mentalidad machista,
pero el proyecto original de Dios no fue un matrimonio «patriarcal» dominado
por el varón.
Dios quiere
una vida más digna, segura y estable para esas esposas sometidas y maltratadas
por el varón en los hogares de Galilea. No puede bendecir una estructura que genere superioridad del varón y
sometimiento de la mujer. Después de Jesús, ningún cristiano podrá legitimar
con el evangelio nada que promueva discriminación, exclusión o sumisión de la
mujer.
En el mensaje de Jesús hay una predicación
dirigida exclusivamente a los varones para que renuncien a su «dureza de
corazón» y promuevan unas relaciones más justas e igualitarias entre varón y
mujer. ¿Dónde se escucha hoy este mensaje? ¿Cuándo llama la Iglesia a los
varones a esta conversión? ¿Qué estamos haciendo los seguidores de Jesús para
revisar y cambiar comportamientos, hábitos, costumbres y leyes que van
claramente en contra de la voluntad original de Dios al crear al varón y a la
mujer?