(Mateo 28,1-10)
2 de abril – (Domingo de Resurrección)
La resurrección de Jesús no
es solo una celebración litúrgica. Es,
antes que nada, la manifestación del amor poderoso de Dios, que nos salva de la
muerte y del pecado. ¿Es posible experimentar hoy su fuerza vivificadora?
Lo primero es tomar
conciencia de que la vida está habitada por un Misterio acogedor que Jesús
llama «Padre». Aunque a veces no sea fácil experimentarlo, nuestra existencia está
sostenida y dirigida por Dios hacia una plenitud final.
Esto lo hemos de empezar a vivir desde nuestro propio
ser: yo soy amado por Dios; a mí me espera una plenitud sin fin. Hay tantas
frustraciones en nuestra vida, nos queremos a veces tan poco, nos despreciamos
tanto, que ahogamos en nosotros la alegría de vivir. Dios resucitador puede despertar de nuevo nuestra
confianza y nuestro gozo.
No es la muerte la que tiene la última palabra, sino
Dios. Hay tanta muerte injusta, tanta enfermedad dolorosa, tanta vida sin
sentido, que podríamos hundirnos en la desesperanza. La resurrección de Jesús nos recuerda que
Dios existe y salva. Él nos hará conocer la vida plena que
aquí no hemos conocido.
Celebrar la resurrección de Jesús es abrirnos a la
energía vivificadora de Dios. El verdadero enemigo de la vida no es el
sufrimiento, sino la tristeza. Nos falta pasión por la vida y compasión por los
que sufren. Y nos sobra apatía y hedonismo barato que nos hacen vivir sin
disfrutar lo mejor de la existencia: el amor. La resurrección puede ser fuente y estímulo de
vida nueva. (PAGOLA)