
Jesús lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios
tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. No era fácil
creerle. La gente esperaba algo más espectacular.
Con el reino de Dios sucede como con la «levadura» que
una mujer «esconde» en la masa de harina para que «todo» quede
fermentado. Así actúa
Dios. No viene a imponer desde fuera su poder, como
el emperador de Roma. Viene a trasformar la vida desde dentro, de manera
callada y oculta.
Así es Dios: no se impone, sino que trasforma; no
domina, sino que atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su proyecto:
como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su amor de
manera humilde, pero con fuerza trasformadora.
Los seguidores de Jesús no
podemos presentarnos en esta sociedad como «desde fuera», tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como
nosotros. No es esa la forma de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir
«dentro» de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y
contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el
evangelio.
Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como
testigos fieles de Jesús. Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o
político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder ser
fermento de un mundo más humano.