(Jn 20, 19-31) Domingo 16 de abril
Aquel grupo inicial de creyentes no estaban todos, porque faltaba Judas, faltaba Tomás y probablemente faltaban muchos que terminaron decepcionados de Jesús y habían vuelto a sus tareas normales de pescadores.
Por otra parte los “Once” que estaban, estaban “derrotados ”y encerrados, con el miedo metido en el alma. El miedo bloquea, paraliza la mente y la creatividad y se echa mano del eterno “siempre se ha hecho así”.
Pocas huellas y poco testimonio de resurrección daba aquella comunidad, aquellos “Once”, y sobre todo, faltaba Cristo.
Pero, cuando Cristo está presente en nuestras vidas, en una comunidad cristiana, en la Iglesia, confiere: paz, alegría, Espíritu, ganas de vivir.
Cuando Cristo está presente en nosotros experimentamos una profunda paz-serenidad, una inmensa alegría-gozo y su espíritu nos infunde vitalidad.
Tomás no está en el grupo. Mientras Tomás está “fuera”, no cree. A los pocos días, Tomás se reincorpora al grupo. Son “los otros discípulos” los que le comunican: hemos visto al Señor.
La educación, la fe, la cultura nos la transmiten siempre “los otros”, la familia, el pueblo, la iglesia. No se puede ser “cristiano por libre”, como no se puede ser familia por libre. Y es que vivir en comunidad es algo tan natural y espontáneo como difícil.
Jesús se acerca a la frustración y angustia de Tomás, como se acerca a todo ser humano: a los dos de Emaús, a la samaritana, al ciego, a los leprosos…etc. Las heridas de Cristo han sanado y nos sanan desde el amor.