
(Jn 18, 33-37)
Es raro que una persona pueda vivir la vida entera sin
plantearse nunca el sentido
último de la existencia. Por muy frívolo que sea el discurrir
de sus días, tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden
hacer brotar en la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.
Hay horas de intensa felicidad que nos obligan a
preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud. Momentos de
desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por qué tanto
sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que nos
conducen a las cuestiones fundamentales: ¿quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué me espera?
Tarde o temprano, de una manera u otra, toda persona termina
por plantearse un día el sentido de
la vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de
manera callada, pero inevitable, la cuestión de Dios. Las
reacciones pueden ser entonces muy diversas.
Hay quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios,
sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la Iglesia, la
misa dominical, los dogmas. Poco a poco se han ido desprendiendo de algo que ya
no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué
hacer ahora ante la cuestión de Dios?
Otros han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de El. Les parece algo inútil y superfluo. Dios no
les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que les
complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es, y siguen su camino sin
preocuparse excesivamente del final.
Otros viven envueltos en la incertidumbre. No
están seguros de nada: ¿qué es creer en Dios? ¿Cómo se puede uno relacionar con
él? ¿Quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no se impone. No
fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela desde dentro
con luces o revelaciones. Solo es silencio, oportunidad, invitación
respetuosa…
Lo primero ante Dios es ser honestos. No
andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros. Quien se
esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de El. No hemos
de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien vive en la
incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz».