CAMINEMOS HACIA LA LUZ (Mt 4, 12-23)

    Jesús abandona Nazaret y se desplaza a Cafarnaúm, a la ribera del lago.  Cafarnaúm es una ciudad abierta al mar. Desde aquí llegará la salvación a todos los pueblos.

     De momento, la situación es trágica. Inspirándose en un texto del profeta Isaías, Mateo ve que «el pueblo habita en tinieblas». Sobre la tierra «hay sombras de muerte», reina la injusticia y el mal, la vida no puede crecer, las cosas no son como las quiere Dios.

     Sin embargo, en medio de las tinieblas, el pueblo va a empezar a ver «una luz grande». Entre las sombras de muerte «empieza a brillar una luz». Eso es siempre Jesús: una luz grande que brilla en el mundo.

     Según Mateo, Jesús comienza su predicación con un grito: «Convertíos». Esta es su primera palabra. Es la hora de la conversión. Hay que abrirse al Reino de Dios. No quedarse «sentados en las tinieblas», sino «caminar en la luz».

     Dentro de la Iglesia hay una «gran luz». Es Jesús. En él se nos revela Dios. No lo hemos de ocultar con nuestro protagonismo. No lo hemos de suplantar con nada. No lo hemos de convertir en doctrina teórica, en teología fría o en palabra aburrida. Si la luz de Jesús se apaga, los cristianos nos convertiremos en lo que tanto temía Jesús: «unos ciegos que tratan de guiar a otros ciegos». (Pagola)