Epifanía 6 de Enero – Mt 2, 1-12
El hombre
actual ha quedado en gran medida atrofiado para
descubrir a Dios. No es que sea ateo. Es que se ha hecho «incapaz de Dios». Cuando un hombre o una mujer solo busca o conoce el amor bajo formas
decadentes, cuando su vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de
beneficio o ganancia, algo se seca en su corazón.
Muchos viven hoy un estilo de vida que los abruma y
empobrece. Envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin
capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por
la vida sin la compañía interior de nadie.
La incapacidad del
hombre actual para adorar, amar y venerar tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de su existencia.
Esta incapacidad para adorar a Dios se ha apoderado
también de muchos
creyentes, que solo buscan un «Dios útil». Solo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos individualistas.
Dios queda así convertido en un «artículo de consumo» del que disponer según
nuestras conveniencias e intereses. Pero Dios es otra cosa. Dios es Amor infinito, encarnado en nuestra propia existencia. Y, ante ese Dios, lo primero es
la adoración, el júbilo, la acción de gracias.
Cuando se olvida esto, el
cristianismo corre el peligro de convertirse en un esfuerzo gigantesco de
humanización, y la Iglesia en una institución siempre tensa, siempre agobiada, siempre con la sensación de no lograr el éxito moral
por el que lucha y se esfuerza.
Sin embargo, la fe cristiana es, antes que nada,
descubrimiento de la bondad de Dios, experiencia agradecida de que solo él
salva: el gesto de los magos ante el Niño de Belén expresa la actitud primera
de todo creyente ante Dios hecho hombre.
Dios existe. Está ahí, en el fondo de nuestra vida. Somos acogidos por él. No estamos
perdidos en medio del universo. Podemos vivir con confianza. Ante un Dios del
que solo sabemos que es Amor no cabe sino el gozo, la adoración y la acción de
gracias. Por eso, «cuando un cristiano piensa que ya ni siquiera es capaz de
orar, debería tener al menos alegría».