Domingo 19 de mayo- PENTECOSTES- (Juan 20,19-23)
Los hebreos se hacían una
idea muy bella y real del misterio de la vida. Así
describe la creación del hombre un viejo relato, muchos siglos anterior a
Cristo: «El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego sopló en
su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un ser]viviente».
Es lo que dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se
puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos
de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin
embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir. Es
el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.
Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena
grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es
una «nueva creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús
«sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
Sin el Espíritu de Jesús, la
Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir
esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin
comunicar el aliento de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza
sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del
aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del
Resucitado?
Sin el Espíritu creador de
Jesús podemos terminar viviendo en una Iglesia que se cierra a toda renovación: no está permitido soñar en grandes novedades; lo más seguro es una
religión estática y controlada, que cambie lo menos posible; lo que hemos
recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros; nuestras
generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de
hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza: «¡Ven, Espíritu Santo! Ven
a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu
fuerza creadora»? No hemos de
mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.