ADORAR AL PADRE ES SER COMPASIVOS COMO EL

Juan 4,5-42 

(Domingo 12 de marzo)

Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob. Pronto
llega una mujer samaritana a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús 
comienza a hablar con ella de
lo que lleva en su corazón.

En un momento de la conversación, la mujer le plantea los conflictos que
enfrentan a judíos y samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar
a Dios. Los samaritanos suben al monte Garizín, cuya cumbre se divisa desde el
pozo de Jacob. 
¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la
verdadera religión?

Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende de un lugar
determinado, por muy venerable que pueda ser. El Padre del cielo no está atado
a ningún lugar, 
no es propiedad de ninguna religión. No
pertenece a ningún pueblo concreto.

Para encontrarnos con Dios no hace falta entrar en una capilla o visitar
una catedral. Desde la cárcel más secreta, desde la sala de cuidados intensivos
de un hospital, 
desde cualquier cocina o lugar de trabajo podemos elevar nuestro corazón
hacia Dios.

El
verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre querido que nos acompaña de cerca a lo largo de nuestra
vida.

El Padre lo que desea es corazones sencillos que le adoren «en espíritu y
en verdad».

«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de Jesús y aprender a ser
compasivos como El. Lo dice Jesús de manera clara: Dios es amor, perdón,
ternura, aliento vivificador… y quienes lo adoran deben parecerse a El.