Domingo 22
de octubre – (Mateo
22,15-21)
La trampa que tienden a Jesús está bien pensada: «¿Es lícito pagar tributos al César o no?». Si responde negativamente, lo podrán acusar de rebelión contra Roma. Si
acepta la tributación, quedará desacreditado ante aquellas gentes que viven
exprimidas por los impuestos, y a las que él tanto quiere y defiende.
Jesús les pide que le enseñen «la moneda del impuesto».
Él no la tiene, pues vive como un vagabundo itinerante, sin tierras ni trabajo
fijo; no tiene problemas con los
recaudadores. Después les pregunta por la imagen que aparece en
aquel denario de plata. Representa a Tiberio.
El gesto de Jesús es ya clarificador. Sus
adversarios viven esclavos
del sistema, pues, al utilizar aquella moneda acuñada con
símbolos políticos y religiosos, están reconociendo la soberanía del emperador.
No es el caso de Jesús, que vive de manera pobre pero libre, dedicado a los más
pobres y excluidos del Imperio.
Jesús añade entonces algo que nadie le ha planteado.
Le preguntan por los derechos del César y él les responde recordando los
derechos de Dios: «Pagadle al César lo que es del César, pero dad a Dios lo que
es de Dios». La moneda lleva la imagen del emperador, pero el ser humano, como
recuerda el viejo libro del Génesis, es «imagen de Dios». Por eso nunca ha de ser sometido a ningún emperador. Jesús lo había recordado muchas veces. Los pobres son de Dios; los
pequeños son sus hijos predilectos; el reino de Dios les pertenece. Nadie ha de
abusar de ellos.
Jesús no dice que una mitad de la vida, la material y
económica, pertenece a la esfera del César, y la otra mitad, la espiritual y
religiosa, a la esfera de Dios. Su mensaje es otro: si entramos en el
reino, no hemos de consentir que
ningún César sacrifique lo que solo le pertenece a Dios: los pobres y excluidos del mundo.