Pueblo de Dios en salida. Congreso de Laicos 2020

Algunas veces uno necesitaría dejar pasar algo de tiempo para que los sentimientos se posen, se puedan decantar las palabras, y se organicen las ideas como solo el silencio y la tranquilidad consiguen hacer. Pero como hoy en día el tiempo es más que oro, intentaré hacer un ejercicio acelerado pero pausado, reactivo pero reflexivo, y breve… eso siempre en la medida de lo posible.

La convocatoria de un Congreso de Laicos es algo novedoso, y lo ha sido no solo por la convocatoria, sino también por el proceso previo de trabajo vivido en las diferentes diócesis y realidades eclesiales. El proceso culminó en la elaboración del instrumento de trabajo, un texto inspirador y propositivo que sin duda será hoja de ruta no solo del Congreso celebrado sino para los próximos años en la Iglesia de nuestro país.

No creo que deban ser mis palabras una crónica resumida de lo que ha sido la celebración de este congreso. Cuatro itinerarios (primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y vida pública), tejieron el contenido de casi 80 talleres que permitieron compartir experiencias concretas en cada ámbito para desde ahí, juntos, pensar qué actitudes, qué procesos y qué proyectos poner en marcha para el futuro.

El Congreso ha tenido además momentos de oración compartida (Eucaristías y la emocionante Vigilia de Oración del viernes noche), y momentos festivos (tanto a lo largo del sábado como el concierto de esa misma noche). Un equilibrio muy conseguido entre trabajo escucha, compartir, debatir, acordar, orar, cantar y bailar.

Pero lo dicho, la crónica se podrá encontrar precisa en otros artículos. De hecho, está la página web del Congreso que incluye textos, vídeos de las ponencias, imágenes, etc. Por lo tanto, ¿qué os puedo ofrecer yo? Os dejo los ecos que pasadas unas horas resuenan todavía en mi interior:

Yo estuve allí. Esta frase golpea mi interior cuando intento condensar lo vivido. Creo, sin falso orgullo, que dentro de algún tiempo podremos recordar lo que ha supuesto este Congreso y podré decir “yo estuve allí”. La percepción sincera en mi corazón es que lo vivido representa una puesta a cero del cronómetro en nuestra Iglesia. Una apuesta diferente y creativa de cómo poder estar y caminar como Iglesia. En nuestras manos está que lo podamos alentar y hacer crecer, y no dejar solo en un breve espejismo. Alguien dirá… presuntuoso. Yo digo, la semilla de mostaza. Y a buen entendedor, con eso basta.

Sinodalidad. Hay palabras que hasta nos cuesta decirlas, y eso significa que no estamos entrenados para usarlas. He aprendido a diferenciar “comunión” de “sinodalidad”.  O eso creo. Comunión me atrevería a definirlo como la realidad que nos une en la fe que profesamos. Compartimos la misma comunión. Sinodalidad es reconocer que unidos en la fe, somos diversos y plurales y que, por lo tanto, para poder avanzar necesitamos hacerlo juntos, y eso implica hacerlo a un ritmo al cual todos puedan avanzar, implica como nos decía Antoni Vidall que “la sinodalidad se hace a fuego lento”. La sinodalidad, y creo que es precioso, es reconocer que nos necesitamos unos a otros, y todos, y por lo tanto no podemos avanzar de otro modo que no sea juntos. La sinodalidad reconoce y aprecia la diversidad, no la uniformidad.

Sinodalidad creíble e ¡increíble! Todo el párrafo anterior me lo habría ahorrado si no hubiera estado en el Congreso. En la Iglesia estamos tan acostumbrados a escribir bonito, que al final necesitamos algún momento “Tomás” en el que podamos ver y tocar. Pues el Congreso ha tenido esa sacramentalidad: signo visible de una realidad invisible, como es la sinodalidad. ¿Cómo se ha hecho visible? Por la presencia numerosa de cardenales, obispos, vicarios generales, párrocos, religiosos y religiosas… que junto a cientos de laicos han participado de igual a igual, escuchando las ponencias, aprendiendo de las experiencias y dialogando en común… de igual a igual. En pequeños grupos (y pequeños espacios) donde sin roles, sin carteles, sin primeras posiciones… cada uno podía hablar, decir, y exponer aquello que sueña, piensa o alienta en su corazón. Una sinodalidad increíble donde podías estar tomando un café en el descanso al lado de… quien fuera, simplemente un hermano o hermana de mi Iglesia.

Creatividad y modernidad. Qué bien poder asistir a encuentros de la Iglesia donde podamos ver espacios de creatividad y modernidad. No necesitamos estar en el MOMA de Nueva York, pero cuánta falta nos hace cuidar lo estético, lo relacional, los espacios. Un lugar de encuentro donde tomar un café y que haya un escenario con música en directo, una alfombra de colores que haga distinto avanzar, un pórtico de entrada con una línea del tiempo visual en pantallas, un espacio de photocall donde poder inmortalizar el “yo estuve aquí”. Signos de pertenencia, espacios de encuentro.

Cuidando lo importante, y siendo sencillos en la normalidad. Pues claro, si hay que comer con bandejas repartidos los dos mil por salas, suelos, o escaleras… pues lo hacemos. Como cuando vamos a un festival de música o acudimos a un partido de fútbol. En lo accesorio, sencillez y normalidad. Eso nos permitirá que lo accesorio no impida organizar y vivir lo fundamental. Aunque es digno reconocer el esfuerzo logístico de organizar espacio de plenario, espacios de itinerarios, y puntos de reunión para todos los grupos… ¡casi 80!

Evangelizar es emitir. La ponencia marco de uno de los itinerarios que elegí fue impartida por Gabino Uríbarri, sj, que puso un ejemplo maravilloso que no me puedo permitir no compartir. El axioma es: evangelizar es emitir. El ejemplo: una amiga suya, sin pareja después de un tiempo, le comentó que sus amigas le explicaban la razón de no encontrar pareja, y no era otra que “no emites bien” … cómo vistes, las conversaciones que tienes, tu forma de estar con los demás, los sitios donde vas, hasta cómo te mueves… no emites bien. Pues eso… quizá evangelizar sea cuestión de emitir, pero para eso cada bautizado tiene que saberse y reconocerse como “antena emisora”, y abandonar el sofá y el mando… (esto lo añado yo).

Aprender a “emitir” y comunicar. Cada vez es más importante que valoremos la importancia de cómo comunicamos, no solo qué decimos. Alguien podrá pensar que no es justo, pero además de real es sabido. Hasta Jesús lo sabía. Y ya ha llovido. Os comparto una alegría personal: la ponencia de clausura fue elaborada la noche del sábado (supongo que hasta tarde) recogiendo las aportaciones de todos los grupos de trabajo (en los cuales una persona hacía el servicio de secretaría), y fue presentada mano a mano por Ana Medina, periodista, y Antoni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona. Sorprende que la ponencia se hiciera sobre la realidad trabajada por los grupos, sorprende que además se presentara mano a mano entre un laico y un obispo, y sorprende que fuera entre un hombre y una mujer. Pero a mí, quizá deban perdonar mi maldad, me sorprendió todavía más ver a un obispo comunicando con pasión, moviéndose en el escenario, transmitiendo con cabeza y corazón, expresando con su lenguaje verbal y no verbal la pasión por Jesús. Pude encontrarle después en un pasillo y decírselo. Me sonrió. No puedo dejar de expresar el deseo, sincero, de que incorporemos una dimensión comunicativa olvidada en nuestra Iglesia… ¡el humor!

Madurez laical en escenarios complejos. Los laicos están llamados a vivir su vocación en el mundo. Con la formación y espiritualidad que compartimos en nuestras comunidades y espacios eclesiales, con el apoyo de nuestros hermanos y pastores, con la ayuda de Jesús que nos acompaña en nuestro Emaús… sabemos que desplegamos nuestra vida en escenarios complejos y no siempre fáciles. La sociedad es diversa, plural, multicultural, multiétnica, multi multi todo… Podemos pensar que es atomización, disgregación, particularidad… pero es así. El testimonio de Carlos García de Andoin me impactó. Un cristiano desde su fe nos recordó algo que dijo Pablo VI en la encíclica “Octogesima adveniens”: “Una misma fe puede conducir a compromisos políticos diferentes” (nº 50). Qué importante que ninguna opción política tenga la intención de adueñarse de nosotros como Iglesia. Y soy consciente de que ninguna opción política, ninguna, asume la aspiración total del Evangelio, pero o tomamos partido cada uno desde nuestro compromiso, pero misma fe, o si no estaremos condenados a desparecer del espacio político, clave en una vida pública democrática y moderna. Carlos lo dijo muy bien: “no cabe política sin toma de partido. No es más ni menos que misterio de la encarnación. El todo en el fragmento”.

Con esa referencia a la Doctrina Social, he releído esos números del texto de Pablo VI, y acudido a la cita que incluye del Vaticano II de la “Gaudium et Spes” (nº43): “(…) Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común”. Pues sí, gracias, Carlos por hacerme pensar.

Vocación plena. Muchas veces he oído a mis padres la expresión “pareciera que la Iglesia solo quiere monaguillos ilustrados”. Sin embargo, debo confesar que una de las expresiones que más me rechinaban en el interior cuando hacía discernimiento era la terrible expresión “vocación más perfecta”, a la cual si le pones unas gotitas de “reducción al estado laical”, te produce automáticamente la atrofia clericaloide que todos en alguna situación o diferente intensidad hemos sufrido, y de la cual el papa Francisco nos alerta, incluso en el mensaje específico que ha enviado a los laicos de España con motivo de este Congreso. Como bien dijo Isaac Martín, portavoz de la comisión organizadora, “no somos laicos por defecto, sino por vocación”. Protagonistas, no actores de reparto. Pero eso además de decirlo, hay que hacerlo y construirlo.

Un congreso es un evento y es un momento en la historia. Pero también es verdad que la historia se construye por medio de hechos y momentos concretos, que pasan en un espacio y un tiempo determinado, con unos protagonistas concretos. Ojalá todos los que hemos participado en este Congreso, en la pluralidad de ministerios y estados, podamos seguir encontrándonos juntos como Pueblo de Dios en salida. Ojalá no sea solo nuestra voluntad, sino sobre todo la voluntad de Dios que cada día le pedimos que se cumpla.

Javier Poveda