(Lucas 6,17.20-26)
En nuestro mundo de hoy para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero». Apenas tienen otro proyecto de vida: Trabajar para tener dinero, tener dinero para comprar cosas, poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos, el camino que tratamos de recorrer para buscar felicidad.
Vivimos en una sociedad que, en el fondo, sabe que algo absurdo se encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera. Nos gusta nuestra manera de vivir, aunque sintamos que no nos hace felices.
Pero Jesús hoy nos dice que quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón egoísta ha anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya han saboreado.
La civilización de la abundancia nos ofrece medios de vida, pero no razones para vivir. La insatisfacción actual de muchos no se debe sólo ni principalmente a la crisis económica, sino ante todo a la crisis de auténticos motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y esperar. Hay poca gente feliz. Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y destruirnos unos a otros. Y así no se puede ser feliz.
¿Y si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No tendríamos que buscar una sociedad diferente, cuyo ideal no sea el desarrollo material sin fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seríamos más felices si aprendiéramos a necesitar menos y a compartir más?