Marcos 13, 24-32
Nos aproximamos al final del año litúrgico.
Jesús nos llama a estar atentos. Nos dice estas cosas, no para asustarnos, sino para convencernos de la importancia de estar vigilantes o preparados.
Estar vigilantes significa estar despiertos, es decir no dejarnos seducir por las tendencias que ofrece el mundo de hoy. Estar preparados para el día de su venida.
Necesitamos estar despiertos, salir de ese aletargamiento que nos ofrece la sociedad de hoy. Es muy clara la invitación a rechazar esa vida superficial en la que a veces nos encontramos. Salir de la superficialidad es una forma de estar preparados.
¿Qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos otro objetivo sino producir cada vez más, disfrutar cada vez mejor lo producido y consumir más y más, hasta ser consumidos por nuestra propia caducidad?
Con frecuencia escuchamos o leemos aquella frase que dice: “los signos de los tiempos”. Este evangelio nos conecta precisamente con los signos del final de los tiempos. Así como el campesino levanta la mirada e interpreta los signos meteorológicos, concretados en las nubes, el viento, el sol, la lluvia, el frío, el calor.
Nosotros, guiados por el Espíritu Santo, también podemos leer los nuevos signos de nuestro tiempo. Hay signos que destruyen, que conducen a la muerte, pero también hay signos que edifican, construyen, alientan, dignifican, llaman a la vida. Y son estos los signos que debemos apoyar, para que se pueda generar una sociedad que respeta el orden establecido por el Creador.
Es importante estar alertas porque no sabemos ni el día ni la hora en que nos encontraremos definitivamente con Él.
La pandemia nos ha enseñado que nada es eterno, todo es perecedero. Por tanto, Jesús quiere que nos demos cuenta de ello, pero que no seamos alarmistas. Nadie sabe la fecha, ni cómo será.
Jesús nos sigue invitando para que no nos dejemos vencer por falsas ilusiones, para que sigamos trabajando por un mundo donde el ser humano ocupe un primer lugar, un mundo menos egoísta, donde podamos sentirnos hijos de un mismo Padre.
El ser humano necesita en su corazón una esperanza para vivir. Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras, que «no pasarán». Nuestra esperanza se apoya en la resurrección de Jesús.