LEVANTAOS, NO TEMÁIS

Mateo 17,1-9

Probablemente es el miedo lo que más paraliza a los cristianos en el seguimiento fiel a Jesucristo. Sobre todo, miedo a correr riesgos. Hemos comenzado el tercer milenio sin audacia para renovar creativamente la vivencia de la fe cristiana. No es difícil señalar alguno de estos miedos.

Tenemos miedo a lo nuevo, como si «conservar el pasado» garantizara automáticamente la fidelidad al Evangelio. El Concilio Vaticano II afirmó de manera rotunda que en la Iglesia ha de haber «una constante reforma», pues «como institución humana la necesita permanentemente».

Tenemos miedo para asumir las tensiones y conflictos que lleva consigo buscar la fidelidad al evangelio.

Miedo a revisar ritos y lenguajes litúrgicos que no favorecen hoy la celebración viva de la fe.

Tenemos miedo a anteponer la misericordia por encima de todo. Hay miedo a acoger a los pecadores como lo hacía Jesús.

Según el relato evangélico, los discípulos caen por tierra «llenos de miedo» al oír una voz que les dice: «Este es mi Hijo amado… escuchadlo». Da miedo escuchar solo a Jesús. Es el mismo Jesús quien se acerca, los toca y les dice: «Levantaos, no tengáis miedo». Solo el contacto vivo con Cristo nos podría liberar de tanto miedo.